La oración del maestro (Gabriela Mistral) (modificada)
¡Señor! Tú que enseñaste, guiame para que yo enseñe con propiedad; que de al oficio de maestra(o) el honor, que Tú le diste en la Tierra...
Permite dar amor a los niños(as) en mi escuela; que ni en los aciagos momentos sea capaz de negarles mi ternura a todos ellos...
Maestro, hazme perdurable el fervor por enseñar y pasajero el desencanto sufrido. Arranca de mí la mezquina insinuación de protesta cuando me hieren. Que no me duela la incomprensión ni me entristezca el olvido de aquellos a quienes enseñé...
Dame el amor suficiente para poder amar y defender lo que no es carne de mis carnes. Permite hacer de cada una(o) de mis niñas/niños mi verso perfecto y a inspirar mi más penetrante melodía, para cuando mis labios no canten más...
¡Amigo, acompáñame! Muchas veces no tendré sino a Ti a mi lado. ..
Dame sencillez y dame profundidad; líbrame de ser complicada(o) o banal en mi lección cotidiana...
Dame el levantar los ojos de mi pecho con heridas, al entrar cada mañana a mi escuela. Que no lleve a mi mesa de trabajo mis pequeños afanes materiales, mis mezquinos dolores de cada hora...
Aligérame la mano en el castigo y suavízamela más en la caricia. ¡Reprenda con dolor, para saber que he corregido amando!..
Haz que haga de espíritu mi escuela de ladrillos. Le envuelva la llamarada de mi entusiasmo a su atrio pobre, su sala desnuda. Mi corazón le sea más columna y mi buena voluntad más horas que las columnas y el oro de las escuelas ricas.
Y, por fin, recuérdame desde la palidez del lienzo de Velázquez, que enseñar y amar intensamente sobre la Tierra es llegar al último día con el lanzazo de Longinos en el costado ardiente de amor.
